Tú dejaste de tener ganas. Ganas de tenerme, ganas de no tenernos nunca más. Ganas de perder el tiempo, de ser irresponsable, ganas de todo y yo tan torpe las acepté y creí que era cierto ese estado momentáneo de inapetencia que decías tener. Que torpe vida. Cuánto tiempo perdimos jurándonos que nos conocíamos como las palmas de nuestras manos, cuánto tiempo defendiendo que sabíamos leer entre líneas sin darnos cuenta que no había líneas que leer, cuánto tiempo queriendo ser complicados. Y un día tu dijiste “Te sigo” y yo olvidando que no tenia los labios pintados respondí: “Lo siento”.
¿Qué ocurre para dejarse de querer? Qué rompe el hilo, qué deja todo helado. Yo nunca lo entendí bien porque me convencí o soñé o decidí que no comprendía las razones por las que dos personas podían abandonarse, dejarse de querer o quererse toda la vida y estar diciéndose adiós. Y creyendo eso tú sacaste las maletas y empezaste a descolgar los trajes que dejaste de ponerte, despacio, a ritmo de bolero; a recoger las fotos, a aguardar las pastillas para dormir y así cada vez fue habiendo más hueco en tu lado del armario. Los marcos más desnudos. El botiquín más vacío y a ritmo de bolero, sentada yo veía la escena mientras pensaba que eso, tan sólo eso, dos frases: te sigo, lo siento. Rompieron el hilo o lo helaron todo irremediablemente. Que frágil y que ridículo también. Luego, cuando oí el ruido de las llaves chocar contra la mesa y dos segundos después el portazo entendí que dos personas podían abandonarse, dejarse de querer o quererse para toda la vida y decirse adiós simplemente por nada.
Mi boca se quedó aquel día callada y nunca más hablé contigo porque jamás te volví a ver. Te dejaste la espuma de afeitar, el pijama bajo la almohada, cerveza negra en la nevera que no ofrecí a nadie y que yo no bebí. Te dejaste, supongo, tus ganas de quererme en algún rincón de nuestro dormitorio porque no te fuiste con ellas y yo no te las quité y revisando la casa para ver si encontraba algo más descubrí que entre tantas cosas no te habías llevado nada mío.
Mayte.
Es un trocito de un
cuento que cuento y es increíble
lo que puede cambiar al contarlo sólo. Espero que os
guste.